En los últimos años hemos visto cómo el debate político se ha empobrecido a niveles preocupantes. Uno de los síntomas más evidentes de este deterioro es el uso indiscriminado del término fascista, sobre todo por parte de sectores de la izquierda, para etiquetar a cualquier persona, movimiento o discurso que se atreva a discrepar de su narrativa oficial. Desde ciudadanos que critican políticas de inmigración hasta quienes defienden valores tradicionales o cuestionan la ideología de género: todos son convenientemente tildados de ultraderechistas, fachas o fascistas. ¿Qué hay realmente detrás de este uso?
🔍 ¿Qué es el fascismo realmente?
El fascismo es una ideología autoritaria y nacionalista que surgió en Europa a principios del siglo XX, con figuras como Benito Mussolini en Italia y, en su versión más extrema, el nacionalsocialista Adolf Hitler en Alemania. A pesar de sus matices nacionales, el fascismo se caracteriza por:
- La exaltación del Estado por encima del individuo.
- La eliminación de libertades políticas y civiles.
- El uso sistemático de la propaganda y la censura.
- El culto al líder carismático.
- El uso de la violencia como herramienta política.
Es importante aclarar que el fascismo, aunque históricamente vinculado a la derecha por su nacionalismo, incorporaba elementos intervencionistas en lo económico y un rechazo tanto al liberalismo como al marxismo, lo cual lo ubica en una posición ideológicamente híbrida, incluso con rasgos colectivistas que hoy identificaríamos con sectores de la izquierda autoritaria.
🎭 “Fascista” como insulto: el nuevo comodín de la izquierda
Hoy en día, el término fascista ha dejado de usarse como un concepto político riguroso y se ha convertido en un simple insulto para silenciar. ¿No estás de acuerdo con la inmigración ilegal? ¿Te preocupa la inseguridad? ¿Defiendes la libertad educativa o la propiedad privada? Entonces, según ciertos sectores, eres automáticamente un fascista. Este abuso semántico tiene un objetivo claro: deslegitimar cualquier oposición sin necesidad de argumentar nada.
🇪🇸 El caso Torre Vaqueros: ¿ultraderecha genuina o infiltración interesada?
En manifestaciones sociales recientes en España, como las de Torre Vaqueros, se ha denunciado la presencia de grupos ultras y símbolos que nada tienen que ver con la ciudadanía que protesta. A menudo, estos elementos son usados para justificar la criminalización de todo el movimiento bajo la etiqueta de ultraderecha. Sin embargo, surgen preguntas legítimas:
- ¿Quién infiltra a estos grupos?
- ¿Por qué aparecen pancartas o símbolos de otras nacionalidades?
- ¿A quién beneficia que una protesta legítima acabe asociada con el extremismo?
No son pocos los que sospechan que estas infiltraciones no son espontáneas. ¿Estamos ante provocaciones coordinadas para dar munición mediática a la izquierda y desacreditar el descontento social? No hay pruebas definitivas, pero el patrón se repite sospechosamente.
🔄 La izquierda necesita al “fascista”
Paradójicamente, a la izquierda contemporánea le conviene mantener vivo el fantasma del fascismo. Al construir una amenaza exagerada de ultraderecha, puede:
- Movilizar a su electorado apelando al miedo.
- Justificar censuras, limitaciones de expresión y medidas autoritarias.
- Desviar la atención de sus propios fracasos de gestión.
El resultado es un clima político enrarecido, donde los ciudadanos no pueden expresar opiniones legítimas sin ser estigmatizados. Y en ese clima, el debate desaparece, sustituido por una guerra de etiquetas.
🧠 Conclusión: más pensamiento crítico, menos clichés
No se trata de negar que existen verdaderos movimientos extremistas, ni de justificar actitudes intolerantes. Pero reducir toda disidencia a “fascismo” es profundamente irresponsable y dañino para la democracia. El fascismo fue un fenómeno histórico trágico, no un insulto de uso cotidiano.
Cuando las etiquetas sustituyen al razonamiento, la política deja de ser un espacio de diálogo y se convierte en un campo de trincheras. Y en ese terreno, los únicos que ganan son quienes viven del enfrentamiento.