miércoles, 7 de mayo de 2025

El galgo de Paiporta

En el escenario político español ha emergido una figura que no necesita presentación entre los que aún conservan memoria y sentido crítico: el galgo de Paiporta. Un personaje cuya única carrera no ha sido ganada por méritos ni por convicciones democráticas, sino por el arte del engaño, la manipulación y la sed insaciable de poder. Narcisista empedernido, autócrata disfrazado de demócrata, fabricante incansable de bulos, y completamente impermeable a la empatía social, este galgo no corre por el pueblo: corre del pueblo.

A su alrededor, se ha rodeado de una jauría de podencos. Individuos sin más currículum que su lealtad ciega. Sin estudios, sin méritos propios, pero con el olfato suficiente para saber que la sombra del galgo les da calor y les mantiene el puesto. Actúan como loros programados, repitiendo cada mañana las consignas dictadas desde la madriguera de poder, sin cuestionar, sin pestañear, sin pensar.

Este liderazgo ha dejado un rastro de decisiones tan dañinas como vergonzosas. España ha permanecido a la cola del paro, mientras el galgo corre entre flashes y titulares manipulados. Durante la pandemia, mintió sobre la existencia de un supuesto “comité de expertos” que nunca existió, vendiendo seguridad cuando solo había improvisación. Su maquinaria legal ha dado alas a leyes que han liberado a violadores y pederastas, un bochorno sin precedentes.

Y cuando las tragedias golpearon a ciudadanos de carne y hueso —el volcán de La Palma, la Dana en Valencia— las ayudas llegaron, sí, pero con cuentagotas, como si la miseria pudiera esperar al calendario electoral.

Pero lo más grave de todo es que el galgo no ama a su país. O al menos, no al país completo. Su más reciente traición es la ley de amnistía a los golpistas secesionistas, una humillación legal y moral para quienes aún creemos en la igualdad y en el respeto a la ley.

El galgo de Paiporta no corre por el bien común. Corre por su supervivencia política, arrastrando consigo una corte de palmeros y dejando tras de sí un país dividido, desencantado y, sobre todo, herido.

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