miércoles, 4 de junio de 2025

Mucho se habla de los malos líderes, pero… ¿y los malos trabajadores?

En los debates sobre el mundo laboral, los focos suelen centrarse —y con razón en muchos casos— en los malos líderes: jefes tóxicos, gestores ineficaces, superiores autoritarios o incompetentes. Pero hay un grupo que pasa bajo el radar, del que se habla poco o nada, quizás porque no hace tanto ruido, pero cuya influencia negativa es igual de corrosiva: el de los malos trabajadores.

Sí, existen. Son esos especímenes que no destacan por su talento ni por su ética laboral. Vagancia crónica, apatía como filosofía de vida, cero compromiso. Son los que cuentan los minutos para salir antes de haber llegado, los que acumulan bajas con sospechosa regularidad, los que no aportan valor, pero tampoco conflictos… justo lo suficiente para flotar sin que nadie los cuestione abiertamente.


En el sector privado, con algo de suerte, tarde o temprano el sistema los expulsa. Pero en el ámbito público, donde la estabilidad laboral es una fortaleza que a veces se convierte en refugio de la mediocridad, no solo sobreviven… prosperan. ¿El colmo? Que muchas veces, por no molestar, por no destacar ni en lo malo, son los primeros en ser los promocionados. No porque brillen, sino porque no incomodan.

Y mientras tanto, los que se implican, los que intentan cambiar las cosas, los que aportan… acaban frustrados, agotados o directamente marchándose.

No se trata de hacer una caza de brujas, sino de equilibrar el relato. No todos los males vienen de arriba. A veces, la podredumbre también está en la base.

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