Alguien dijo que todos tenemos alguna enfermedad que está aún por diagnosticar, pero que, o no nos han hecho las pruebas pertinentes o éstas aún no se han inventado. Y esto es aún más cierto en el campo de la psicopatología, donde el grado de locura de cada uno aún no es, felizmente para algunos, certeramente medible.
La prolongada risotada del candidato por el PSOE (versión ácrata) a la Presidencia del Gobierno el pasado 15 de Noviembre de 2023 en el Congreso, a costa del líder de la oposición, causó perplejidad. Una risa llena de prepotencia y de supremacía, a la altura de sus socios de investidura, que no de legislatura, como bien claro lo ha dejado el renacido prófugo de Waterloo, ciudad en la que Napoleón Bonaparte, otro loco de atar, sufrió una derrota que restableció la paz en Europa.
No cabe mayor desprecio a la democracia que ridiculizar al líder de la oposición por haber dicho que no quería ser presidente del Gobierno de España a cualquier precio. Que el candidato socialcomunista (que no progresista) no conocía a nadie que no quisiera ser presidente. Claramente fue un brote narcisista, de egocentrismo supino, un ejercicio de cinismo político, de desmesura, sabedor como era de que la sesión de proclamación cesarista sería un paseo militar (¡uy, perdón!, quería decir cívico) porque sus socios, como buenos perros ladradores, sacarían la chulería a pasear para finalmente doblegarse al albor de sus propios malévolos intereses, aunque orinando antes, voluntaria y alevosamente, en el árbol que les da cobijo.
La risa de la felonía conllevaba, en una trastienda bastante animosa de rosas y puñales, los frutos de un trabajo largamente cosechado, porque los necios necesitan un trabajo de fondo arduo. Unos frutos por los que ha pagado un precio muy alto. Tan alto como la inflación subyacente y la tasa de paro en las que la política "progresista" del candidato, nos tiene sumergidos desde que gobierna. Tan alto como trocear un país unido durante décadas para perpetuarse en un sillón que no se merece, teniendo en cuenta el desprecio con el que trata a los millones de ciudadanos que no solo no lo votan, sino que no lo tragan por su falta de empatía y la estirada arrogancia con la que aparece en público, al ritmo de su balanceo de caderas propias de gogó de luces rojas. Las luces socialistas.
Para aquellos que a estas alturas de la película no entiendan el término felón, los remito al Real Diccionario de la Real Academia de la lengua española cuya entrada del término dice: «Que comete felonía«, y consultando este nuevo vocablo nos devuelve el significado: «felonía: deslealtad, traición, acción fea».
Y es que la lista de cosas feas que Sánchez ha hecho en los últimos cinco años, aprovechándose de los votos que malamente ha cosechado (nunca un perdedor ha ganado tanto), potenciados por los minimalistas partidos mal vividores en España y contra España, alimañas saprofitas de un Estado que quieren derribar, cuyos votos valen más de los que un ciudadano español, es innumerable. Poner a violadores y pederastas en la calle, convertir a una España que no genera puestos de trabajo, en reclamo publicitario de las mafias de inmigrantes de toda África, dejar a los saharianos en paños menores, y rodearse de hasta 22 ministros, intercambiables cuando han sido usados, que parecen muñecos de guiñol repitiendo el mantra de turno que proclama el califa de la Moncloa..... Eso y solo eso es felonía.
Javier Montero-P